Mommsen, figura egregia de la intelectualidad, vivió humanamente la vida y las luchas de su tiempo y fue ello tal vez lo que mejor le equipó para revivir la vida y las luchas del pasado.
Cuando Mommsen acometió esta obra, hallábase empeñado de lleno, al frente de un gran equipo de investigadores formados por él, en la magna tarea de recopilar las inscripciones latinas de todo el imperio. Y las inscripciones fueron la fuente más viva y más copiosa de documentación para su estudio sobre las Provincias. Por eso palpita en él con tan fuertes pulsaciones la vida de los pueblos por debajo de la corteza de la administración imperial. Es cierto que Mommsen hacía hablar a las piedras. Y ellas le entregaron, en gran parte, el secreto de la intensa vida provincial, oculto hasta entonces bajo la superestructura de una tradición basada en los escritos centralistas de los historiadores y los escritores romanos. Ya ello se debe también, sin duda, el que los capítulos mejor logrados de la obra, con ser todos magistrales, sean aquellos que versan sobre las partes del imperio, como los países danubianos y las tierras del Asia menor, cuyas inscripciones estudió y editó personalmente el autor, dentro del gran Corpus Inscriptionum.
Theodor Mommsen murió en 1903, a los ochenta y tres años,
sin haber interrumpido un solo día su ingente labor de investigación, de publicaciones y de enseñanza. Los últimos años de su vida estuvieron llenos, como los primeros de su juventud, de grandiosas empresas del espíritu encaminadas a la reconstrucción erudita del mundo antiguo.
— Wenceslao Roces